Un erotismo a oscuras



Noviembre, 2018
Esta fue una crónica escrita para el curso de la opción en periodismo "Crónicas Periodísticas", dictado por el profesor y periodista, Lorenzo Morales. La crónica iba a ser publicada en 070 por petición del profesor, sin embargo, esto no pasó. La verdad no me acuerdo muy bien por qué. 

⚠Para ver una versión de la crónica diagramada y con fotos pinche en el título. 

Cómo amar la vida a oscuras en un mundo de videntes.

Por: Luisa Fernanda García González.

Gregorio no ve en sus sueños. Sólo existen olores, lugares, voces. Sueña cosas horribles, a menudo con terremotos. Con que él está en pijama y pantuflas en el salón y sus estudiantes llegan. O que está en calzoncillos y todo el mundo va para su clase y él sufre. Tiene sueños como esos, y por supuesto muchas veces tiene sueños románticos. En ellos, existen colores porque alguna vez los conoció, pero nunca rostros. 

Este semestre los martes son sus días más pesados. Dicta clase de producción de textos en la Universidad Pedagógica desde la 10:00 am a muchachos de primer semestre de la licenciatura de educación con énfasis en educación especial. Gregorio, según Nelsy Garzón “le gusta esa clase pues prefiere enseñar a los primíparos porque vienen con menos resabios y puede aplicar su metodología sin tanto lío”. A la 1 sale de la Pedagógica apurado a almorzar para alcanzar a llegar a la Universidad de la Salle a las 2:00 pm, allí dicta inglés hasta las 4:00 pm a estudiantes de tercer semestre del programa de licenciatura en lenguas. Por último, de 4:00 pm a 6:00 pm da el curso de literatura norteamericana de séptimo semestre del mismo programa.

El primer encuentro fue una tarde de martes cuando impartía su clase de inglés en la Salle. Encima del tablero, el que él nunca usó, colgaba un crucifijo. Al lado izquierdo del recinto se encontraba un escritorio y sobre la mesa una grabadora negra y dos libretas, a unos metros un pupitre y sobre éste su morral. Los puestos desocupados se encontraban esparcidos por todo el salón, lo que  hizo que se tropezara algunas veces mientras se desplazaba. Sus estudiantes se distribuyeron en 3 filas. En la primera, una de las niñas vendía dulces. Atrás, en la siguiente hilera se sentaron dos niñas robustas que casi no participaron, una usaba un sombrero gris tipo cabaret con tres flores púrpuras a un costado y a su lado, su compañera era de tez blanca y gesto angelical. A la izquierda del salón, en el primer puesto se sentó Diana, la niña de rastas y pinta hippie. Ya estaba cerrada la puerta cuando Diana llegó jadeando al salón, nadie dijo nada, ni ella se anunció, él se dirigió a la puerta, le costó encontrar la manija, pero finalmente la hizo entrar.

El profesor Gregorio deslizó sus dedos sobre los botones y puso a rodar la grabadora. Sus estudiantes permanecían escuchando atentos a las voces en inglés, mientras, él palpaba una de sus libretas en la que parecía tener la lista de asistencia escrita en braille, el código comunicativo que usan los invidentes.



En el segundo encuentro lo vi escribiendo. Se encogía y fruncía los labios mientras aplicaba fuerza en el punzón hasta lograr la hendidura en la página. Cuando no había más espacio, pasaba la hoja plegando y replegando la intersección. Abría una regleta azul en dos, y como la mandíbula de un tiburón apresaba el espacio donde continuaría. Estaba copiando en su cuaderno unos cuentos en inglés de la publicación Matilda Ziegler Magazine for the blind en braille, que le habían enviado de Estados Unidos. Estando en el cuaderno podría consultarlos con facilidad para usarlos en clase. Gregorio aprendió braille cuando pequeño en el Instituto para niños ciegos, fundación Juan Antonio Pardo Ospina en el barrio San Cristóbal de Bogotá. Por otro lado, empezó aprendiendo inglés en la Pedagógica y en el Colombo, hasta luego perfeccionarlo con mucho esfuerzo y estudio. En Colombia, la primera y única imprenta braille fue gestionada en la década de los 70´s por el INCI –Instituto Nacional Para Ciegos-. A este mismo Instituto Gregorio iba cuando joven a que le leyeran los estudiantes de once que prestaban así su servicio social. En la universidad también necesitó de ayuda para leer. Ahora él es totalmente independiente gracias a que cuenta con JAWS, un software que convierte el contenido de la pantalla del computador en sonido. De ahí que Gregorio administre desde el 2010 "El omnímodo poder de los ciegos", su propio blog.

De vuelta a la clase de inglés, los alumnos de tercer semestre permanecían atentos al audio. El profesor Gregorio pausó la grabadora y dijo:

   ¿Is Melisa Perea here?
   Yes —respondió ella.
   ¿Why you didn´t come the last class?—le inquirió el profesor girándose en su dirección.
   Because…
   ¿Because What? —replico Gregorio arrugando el ceño.


Melisa hizo un montón de muecas mientras se disculpaba por haber faltado a la clase anterior. Volvió a rodar la grabación, Gregorio buscó a tientas el morral que había dejado en uno de los pupitres, sacó una grabadora de voz y se la metió al bolsillo de su camisa manga larga.

Las dos veces que lo vi vestía la camisa sin abotonar hasta el final, dejando entrever una camisetilla blanca. La primera vez, vestía de azul, pantalón de dril, cinturón y zapatos negros, sin rastro de desarreglo. La segunda vez, almorcé con él y Sandra, en el Crepes & Waffles de la Carrera novena con 73. Allí Gregorio se untó con algo de comida. Ella luego le contó y él sin disimular los nervios nos dijo que necesitaba limpiarse. Me confesó: “Soy muy creído”. Cada mañana abre el clóset y decide el conjunto “Por ejemplo hoy, dijo tocando sus prendas, camisa rosada manga corta, jeans con visos amarillos, medias, zapatos y cinturón cafés, ¡todo tiene que combinar!, y ojalá las gafas también, antes tenía cafés, ya no”. En todo caso, Gregorio no puede ir a las tiendas solo, depende de su esposa o de su mamá para encontrar la ropa de su estilo. Para organizar su clóset normalmente le pide a su mamá, Orfilia Montoya, o a su hermana mayor, Diana Lucia Ríos, con quienes vive, que le separen la ropa por colores y así asigna a cada artículo un lugar. Además, diferencia unas prendas de otras por su textura, los bolsillos o el relieve. Está comprobado que es imposible conocer los colores con el tacto. Cuando nació, Gregorio tenía un 5% de visión. Vio la luz eléctrica, el sol, la luna un par de noches, nunca las estrellas pero los colores sí y están completamente claros para él.

Al rato de que Gregorio había llamado a Melisa, Julián que estaba al fondo del salón se levantó de su puesto a comprarle un dulce a la niña de la primera fila; caminó como queriendo que no lo notaran, al instante el profesor le preguntó sobre lo que estaba pasando en la grabación. El estudiante respondió con una sonrisa delatadora, “I don´t know” y despacio se devolvió a su puesto. Gregorio todavía con su libreta en la mano nombró a Hugo indagándole sobre lo que acababa de decir el hombre en la reproducción. El muchacho con la mano en la quijada y con movimientos amanerados trastabilló diciendo: “if… c´mon”, el profesor le pidió que deletreara “if”, Hugo con tono inseguro empezó a pronunciar las letras y el profesor le corrigió en voz alta, ¡es “Eve”!. Julián desde atrás se burló y dijo con voz atontada: “E-v-a, como en Wall-e”. Luego el resto soltó en carcajadas hasta que Gregorio interrumpió diciéndoles en inglés a sus estudiantes:

   Hay una teoría que dice que las mujeres se dividen en dos grupos, en evas y marías. Marías por la virgen María. Evas... por…
   Pecadoras, señaló Hugo tapándose la boca con una mano y sacudiéndose en el pupitre.
   Melisa Perea —dijo el profesor Gregorio— ¿Eres tú una Eva o una María?... ¿o ambas?... ¿o Eva sólo los fines de semana?
   María profe —respondió Melisa sonrojada.
   “Diana” –continuó el profesor— ¿Eres tú una Eva o una María?
   Ambas, respondió Diana con especial aire de frescura.
Gregorio volvió a palpar su libreta y alzó la voz:
   Viviana, ¿Viviana qué eres tú, Eva o María?
   ¡Eva! —gritó Julián imitando voz de mujer.

Todos volvieron a mofarse, finalmente Gregorio sonrió con su dentadura perfecta y les dijo: “yo no les creo ni cinco”. Para calmar el ambiente pidió silencio y solicitó que sacaran unas fotocopias, al momento se sentó y haciendo gesto de desaprobación dijo a la grabadora de voz:

   Viviana, tome su falla.

Su grabadora de voz es como las que suelen usar los periodistas, graba recordatorios, títulos de libros que quiere leer, o temas para clase. Así como la grabadora, su reloj de mano y su bastón extendible son herramientas indispensables para él. En cualquier momento oprime su reloj y una voz de niñita sintetizada le dice la hora. Su bastón es especial pues la punta siempre va por el piso rozando. En otros sistemas se debe golpear intermitentemente la superficie y entonces el bastón puede pasar por encima de los huecos.

En el segundo encuentro, en la misma clase de inglés, Gregorio desarrolló una actividad en la que sus estudiantes habían preparado preguntas sobre su vida. Una de sus alumnas le preguntó:

   ¿Don´t you get scared to walk alone on the street?
   Yes, but I have to do it. Because if I don´t do it, I am going to be a disabled person.

El profesor explicó que algunos de sus amigos ciegos nunca salían sin compañía. La primera vez que dejó su casa solo tenía 10 años. La psicóloga le había dicho a su madre que tenía que dejar a su hijo ser independiente. Entonces, ella llorando acompañó a Gregorio hasta el bus y le pidió que fuera al colegio. Ahora con 40 años tiene mucha más práctica, sin embargo, le sigue dando miedo caminar solo en la calle, en especial en la "Bogotá Humana". Bolardos, alcantarillas destapadas, andamios, chazas, ventorrillos, fogones ambulantes. “Yo vivo cagado del susto de que me queme con una parrilla de esas arepas”.

Él sabe que vive en un mundo de videntes y debe competir con ellos siendo tan normal o mejor. “Es triste pero es verdad, hay que ser verraco y no pedir nada, tratar de ser autosuficiente”. Gregorio acepta que se ha sentido discriminado en el campo laboral y académico, pues a pesar de que sea licenciado en español e inglés de la Universidad Pedagógica Nacional con magíster en literatura de la Pontifica Universidad Javeriana, y que ya haya publicado su primer libro Speculum mundi y otros relatos, en universidades como la Gran Colombia y la EAN con sólo haberle visto y sin oírlo, le han descartado. Sin embargo, él dice que ser ciego es como ser gordo, negro o pobre; así como la gente discrimina él también se cree con derecho a discriminar. Contra con lo que no puede es contra la estupidez.

   Es muy duro luchar contra esa vaina, por ejemplo, con lo que me toca a diario: los buseteros, brutos que son la mayoría, le digo a alguien: me hace un favor me ayuda a coger un Germania, y el man para y apenas ve que me voy a subir arranca. Uno dice, puta con esta pinta como cree que voy a pedirle, le compro ese bus, estoy mamando gallo pero es enserio. Ellos no son capaces de ver quien está mal vestido, quién es quién, y a los que si se suben a vender les abren la puerta.  Pero también hay cosas bellas, por ejemplo, el sábado pasado que iba pa´ la Javeriana a dictar clase, el taxista llevaba vallenato y yo me puse a cantar. Vallenato viejito y tal, y el hombre me preguntó: ¿le gusta el vallenato? Le respondí que sí. Al final, le pasé los 5.000 pesos y me dijo tome para el tintico, le dije no tranquilo. Pero muy bonito, hay gente muy bonita.

Años atrás, Gregorio perdió la poca visión con la que nació en un accidente de tránsito en el que su ojo izquierdo explotó. Él y su familia son caldenses. Su padre Abelardo Ríos murió en el 96 en un accidente. Su hermano menor, Jorge Mario, fue el único que nació sano, pues su otra hermana, Diana Lucia, a quien adora, está perdiendo la visión progresivamente. No ha sido fácil, pero cree que ha sido afortunado. Su mayor infortunio fue el haber llegado a ser papá muy joven. Su hija quedó embarazada en la adolescencia por lo que Gregorio tiene un nieto de 6 años con el que tiene contacto ocasionalmente. No piensa tener más hijos, “eso es nada erótico”.

Por crisis existenciales y en una época porque tomaba mucho licor, ha pensado varias veces en suicidarse. La última vez que tomó fue hace un mes cuando se calló su gatita de cuatro meses desde un dieciochoavo piso y él se quería morir con ella. Dice que sus guayabos son horrendos, deja de ser Gregorio Ríos.

Otra de las preguntas en la clase de inglés, fue la de Diana, la niña de rastas. Ella le pidió que respondiera honestamente a si había estado tentado a consumir sustancias psicoactivas. Con franqueza respondió que sí. Le dijo que por curiosidad había fumado 3 o 4 veces marihuana. Lo disfrutó y lo hizo por primera vez a los 25 años, no antes pues le daba miedo quedar enganchado. Hace mucho probó la cocaína pero no le gustó, prefiere la cerveza. El profesor asegura que tal experiencia le ha servido para poder ayudar a algunos muchachos que están metidos en vicios.

Si él pudiera ver, querría ver un partido del campeón millonarios, a su mamá, su hermana, a su gato a los ojos y a una mujer desnuda, a su mujer desnuda. Le fascina el fútbol, por un tiempo iba a jugar con un equipo de ciegos en el Parque Nacional.

Cuando describió su ideal de mujer fue como si estuviera describiendo a Sandra. Delgada, baja, voz suave, cabello largo y liso. Omitió referirse a los ojos pero lo cierto es que los de Sandra son sumamente bellos, claros, como verdosos. Si se dice que los hombres son visuales, Gregorio es auditivo. Lo primero que le interesa de una mujer es su voz. “A la mujer se le conquista por el oído”. Hacerla reír, tramarla con que es muy inteligente. Gregorio y Sandra se hablan al odio y en esas, siempre se les puede escapar una risita pícara. Hace 10 años la conoció, fue su alumna en el Colombo. Él no escatima besos, ni caricias; se dirige a ella como mami, amor, honey, y vacila al presentarla como su novia o esposa.

Desde la primera vez que lo vi me saludó por mi nombre, había escuchado mi voz por teléfono. Al acabar la clase salimos del salón. Él iba tomado del hombro de una de sus estudiantes, la de sombrero tipo cabaret, mientras, con la otra mano sostenía su bastón. Otra de sus estudiantes, la de cara angelical, y yo, permanecimos detrás de ellos dos mientras bajamos unas escaleras de metal que se tambaleaban. Mas adelanté pude alcanzarle el paso, luego esperamos por unos minutos en la mitad de una plazoleta mientras la niña de cara angelical entregaba la grabadora que fue usada en clase, para así recuperar el carnet del profesor. Al regresar la niña le entregó el carnet en la mano, en éste se podía ver su foto, aparecía él sin sus gafas, sus ojos estaban sellados. Al llegar al edificio al que les había pedido a sus dos estudiantes que lo dirigieran, él nos advirtió que el ascensor normalmente estaba dañado, por lo que subimos siete pisos. Ya en el último piso y en medio de un tumulto de estudiantes nos dijo que le habían cambiado de salón y por el momento no se había vuelto a ubicar; un señor que se encontraba cerca de nosotros lo escuchó y mirando en su celular le indicó el salón que ahora tenía asignado, nosotras lo llevamos hasta allí, él entró, saludo a quiénes ya estaban en el salón y extendió sus manos sutilmente tocando todo lo que tenía cerca.

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